“Una
psicóloga con la que trabajo me contó esta historia. En los años ochenta,
cuando ella vivía y trabajaba en Nueva York, decidió asistir a un taller
profesional de dos días que consistía en la proyección de unos veinte filmes
cortos de una de las últimas discípulas de Carl Jung, la gran analista de
sueños Marie-Louise von Franz. Entre las proyecciones, un distinguido panel
compuesto por los directores de dos importantes centros de formación
junguianos, y el propio nieto de Carl Jung, respondían a preguntas escritas por
el público, enviadas al escenario en tarjetas.
Una de esas
tarjetas contaba la historia de un sueño horripilante, en el que el soñante era
degradado y robado de su dignidad en manos de los Nazis. Un miembro del panel
leyó el sueño en voz alta. Mientras escuchaba la lectura, mi colega empezó a
formular en su cabeza su interpretación del sueño, anticipándose a la reacción
del panel. Realmente no tenía mucho secreto, pensó, mientras elucubraba
interpretaciones simbólicas de las torturas y las vejaciones narradas en el
sueño. Pero esta no fue en absoluto la respuesta del panel.
Cuando
terminó la lectura, el nieto de Jung miró a la vasta concurrencia. “Por favor,
¿podrían ponerse de pie?”, preguntó. “Nos pararemos juntos en un momento de
silencio en respuesta a este sueño.” El público se paró por un minuto. Mi
colega aguardaba impacientemente la discusión que sin duda seguiría. Pero
cuando volvieron a sentarse, el panel pasó a la próxima pregunta.
Mi colega
no entendió en absoluto qué había ocurrido, y días más tarde le preguntó a uno
de sus maestros, también analista junguiano, sus impresiones del hecho. “Ah,
Lois”, dijo el hombre, “hay en la vida sufrimientos tan indecibles,
vulnerabilidades tan extremas que van más allá de las palabras, más allá de las
explicaciones y hasta más allá de la curación. En la cara de esta clase de
sufrimiento, todo lo que podemos hacer es ser testigos, para que nadie tenga
que sufrir solo.”
Quizás la
voluntad de enfrentar esta vulnerabilidad compartida nos otorgue la capacidad
de reparar el mundo. Es posible que aquellos que encuentren el coraje de
compartir su humanidad sean capaces de bendecir a cualquiera, en cualquier
parte.”
Fragmento tomado del libro My Grandfather’s
Blessings, de Rachel Naomi Remen, capítulo
“Ser testigos”.
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